Resumen
Abram (Abraham) escucha el llamado de D’s de encaminarse a otra tierra, y parte junto con Sarai (Sara) y su sobrino Lot. Llegan a Canaan, donde D’s se le aparece a Abram y afirma Su promesa de que algún día esa tierra pertenecería a sus descendientes.
Abram se sentía triste por el hecho de no tener, aún, un hijo. Entonces, D’s, le dice que su descendencia será numerosa como las estrellas del cielo, y sella así un pacto con Abram.
Cuando Abram llega a la edad de noventa y nueve años, D’s renueva Su pacto con él y le hace cambiar su nombre por el de Abraham ("padre de una multitud de naciones"). Y le ordena circuncidarse, junto con todos los demás varones de su casa. Además, le dice que el nombre de Sarai será Sara y le anuncia que en un año tendrá un hijo con Sara, al que llamará Itzjak.
Palabras de nuestro seminarista
Rabi Shimón dice: “Hay tres coronas, la de la Torá, la del sacerdocio y la real, pero la corona del buen nombre es superior a todas ellas” (Avot 4:17)
En el acto de cambiarles el nombre a Abraham y a Sara, parecería que es D’s el que cambia el destino de ambos, sin embargo, lo que hace es darles la oportunidad de un nuevo comienzo y de forjar su propio destino.
Del mismo modo, nosotros podemos cambiar el nuestro cuando, a través de nuestro accionar, nuestro nombre es asociado al buen proceder.
Hacernos de un buen nombre está asociado inmediatamente a ser buenas personas, a hacer lo correcto, es lo único que realmente tenemos y que nada, ni siquiera la muerte, nos puede quitar.
Sabemos que nuestra tarea en la tierra es hacerla un lugar mejor. Cuando nuestro nombre es asociado a lograr esto, entonces hemos cumplido nuestro objetivo y el objetivo de D’s.
Quiera D’s y queramos nosotros poder trabajar para que nuestro nombre sea recordado e inscripto en el libro de las buenas acciones
Shabat Shalom,
Diego Vovchuk, Seminarista